La naturaleza no sólo nos trae aire fresco, oxígeno para respirar y agua para no morir. También se ocupa del alma. Y en ese sentido, Viviendo Verde fue tras una de las mujeres más interiorizadas en tanto a la sumatoria de arte, naturaleza y equilibrio mental: Marita Gurruchaga.
Tal como se describe a sí misma, es docente, abuela, madre y ante todo una estudiosa del arte de Oriente. Y aunque ella se empeñe en aclarar que no lo es, el rótulo de escritora también debería agregarse a la lista.
En plena Capital Federal, rodeado de casas tomadas y coches ruidosos que vienen y van por la avenida, se ubica uno de los lugares más especiales del país: Bonsai Studio. Hace ya una década, Marita se dedica a dar clases allí y a cuidar su propia colección de árboles en miniatura. En ese lugar todo es especial, inclusive desde que se llega a la puerta: “En el portón tenemos un arco rojo, típico de la cultura de Oriente. El que pase a través de él, elige dejar toda la energía negativa por detrás y se dispone a vivir la buena vibra de este lugar”, explica.
Pero su actividad no sólo pasa por la docencia y el amor por el arte bonsai: “Con mis alumnos organizamos excursiones para salvar plantas. En algunas zonas depredadas por el hombre o por animales, hay ejemplares que si se quedan allí mueren, por eso nosotros vamos a recolectarlos y les damos todos los cuidados necesarios para que sobrevivan”, cuenta y aclara: “Las plantas sufren y también necesitan cuidado, como todos nosotros”.
Mirando para atrás, Marita no se arrepiente de nada. De hecho comenta estar feliz de haber descubierto su pasión por la naturaleza después de haber dedicado su vida a la docencia y a su familia: “La primera vez que vi un bonsai fue en una feria en La Rural. Quedé embobada con él y cuando cumplí 40 años, mi marido me regaló uno. Desde entonces descubrí un mundo maravilloso, el cual comparto con mucha gente”.
Finalmente, reflexiona sobre el significado de la naturaleza y afirma que para ella las plantas no sólo son vegetales, sino además una forma de poder conectarse con algo que está más allá y aprender a conocer el entorno y, sobre todo, a uno mismo.
Tal como se describe a sí misma, es docente, abuela, madre y ante todo una estudiosa del arte de Oriente. Y aunque ella se empeñe en aclarar que no lo es, el rótulo de escritora también debería agregarse a la lista.
En plena Capital Federal, rodeado de casas tomadas y coches ruidosos que vienen y van por la avenida, se ubica uno de los lugares más especiales del país: Bonsai Studio. Hace ya una década, Marita se dedica a dar clases allí y a cuidar su propia colección de árboles en miniatura. En ese lugar todo es especial, inclusive desde que se llega a la puerta: “En el portón tenemos un arco rojo, típico de la cultura de Oriente. El que pase a través de él, elige dejar toda la energía negativa por detrás y se dispone a vivir la buena vibra de este lugar”, explica.
Pero su actividad no sólo pasa por la docencia y el amor por el arte bonsai: “Con mis alumnos organizamos excursiones para salvar plantas. En algunas zonas depredadas por el hombre o por animales, hay ejemplares que si se quedan allí mueren, por eso nosotros vamos a recolectarlos y les damos todos los cuidados necesarios para que sobrevivan”, cuenta y aclara: “Las plantas sufren y también necesitan cuidado, como todos nosotros”.
Mirando para atrás, Marita no se arrepiente de nada. De hecho comenta estar feliz de haber descubierto su pasión por la naturaleza después de haber dedicado su vida a la docencia y a su familia: “La primera vez que vi un bonsai fue en una feria en La Rural. Quedé embobada con él y cuando cumplí 40 años, mi marido me regaló uno. Desde entonces descubrí un mundo maravilloso, el cual comparto con mucha gente”.
Finalmente, reflexiona sobre el significado de la naturaleza y afirma que para ella las plantas no sólo son vegetales, sino además una forma de poder conectarse con algo que está más allá y aprender a conocer el entorno y, sobre todo, a uno mismo.
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